Peste Cipriana
La peste Cipriana, la extraña epidemia que causó la caída de Alejandría
Una enfermedad de origen desconocido mató al 60 por ciento de los habitantes. Permitió el nacimiento de un grupo, los parabolanos, que después arrasaron templos y bibliotecas y acabaron con la célebre Hipatia de Alejandría.
En la segunda mitad del siglo III en la ciudad de Alejandría, cruce de caminos de diferentes rutas comerciales y espléndida metrópoli fundada por Alejandro Magno. Bajo el sol abrasador las calles se llenan de cadáveres insepultos, el hambre, la violencia y los tumultos hacen estragos en todos los barrios de la ciudad.
La peste cipriana o de Cipriano es el nombre que se da a una pamdemia que afligió al Imperio Romano desde alrededor del año 249 hasta el 269 duro 20 años. Se cree que la epidemia causó escasez de mano de obra para la producción de comida y también en el ejército romano, debilitando gravemente al imperio durante la crisis del Siglo lll. Su nombre moderno conmemora a San Cipriano, obispo de Cartago, un antiguo escritor cristiano que fue testigo y describió la plaga.Se especula sobre cuál sería el concreto agente de la plaga, debido a lo escaso de las fuentes, pero entre los sospechosos se encuentra la viruela, pandemia de gripe y fiebre hemorrágica viral (filovirus) como el virus del Ébola.
Un augurio del fin del mundo
Durante el período más duro de la epidemia se cree que la fe en la Iglesia Católica aumentó considerablemente. Al parecer, el sufrimiento y el número tan elevado de muertos causó una profunda impresión en la memoria cristiana, algo que se refleja en los sermones del obispo de Cartago, Cipriano. Por avatares del destino, sus figuras retóricas y descripciones proclamadas con el fin de consolar a sus fieles se han convertido en la mejor fuente para resolver uno de los más grandes misterioscientíficos que perviven sobre el imperio romano: “El dolor en los ojos, el ataque de las fiebres y el tormento en todas las extremidades son los mismos entre nosotros y entre los demás”.
El obispo, para quien la enfermedad era un augurio del fin del mundo, hablaba así de los síntomas a sus oyentes: “Es una prueba de fe: a medida que la fuerza del cuerpo se disuelve, que las entrañas se disipan, que la garganta se quema, que los intestinos se sacuden en vómitos continuos, que los ojos arden con sangre infectada, que los pies y las extremidades han de ser amputados debido al contagio de la enferma putrefacción y que la debilidad prevalece a través de los fallos y las pérdidas de los cuerpos, la andadura se paraliza, se bloquea la audición y la visión desparece”.
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